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AMLO EMPEZÓ A DERRUMBARSE EL MARTES.Pablo Hiriart

PABLO HIRART/18 JUNIO 2018/ EL FINANCIERO

Es falso que López Obrador y Morena estén contra la corrupción; están contra sus adversarios ideológicos.

Lo que se viene, si gana, no es limpieza. Viene venganza contra los que se opusieron a su proyecto y dieron la batalla contra él.

Con la mitad de lo que ocurrió en el debate del martes pasado en Mérida, AMLO debió perder casi la totalidad de sus simpatizantes.

No fue así, porque no buscan moralizar al país como dicen, sino venganza contra adversarios políticos para imponer un proyecto económico estatista e ideológicamente de pensamiento único.

Si eres ministro de la Corte estás maiceado y corrompido por la mafia del poder, pero si eres ministro y estás conmigo te hago parte de mi gabinete porque me das lustre de demócrata.

La noche del martes le comprobaron que durante su gobierno en el Distrito Federal le dio contratos de obra pública, sin concurso de por medio, a su constructor favorito, José María Riobóo, por 170 millones de pesos.

A Riobóo le dio el proyecto ejecutivo del segundo piso del Periférico, el puente vehicular de San Antonio, el puente vehicular Boturini, el puente vehicular Fray Servando, avenida del Taller, deprimido avenida del Rosal y primera etapa de la ciclovía.

Sin licitación, 174 millones de pesos para Riobóo, cuando el dólar estaba a 10 pesos.

Ese mismo empresario, amigo de López Obrador, concursó para obras del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y no ganó. Entonces aconsejó a AMLO echar abajo la construcción de esa terminal aérea y hacer otra en Santa Lucía.

No se oponen al NAIM porque sea ‘inviable’, como dicen. Se oponen para abrir una nueva alternativa de negocios en Santa Lucía.

Ese escándalo le debió haber quitado la mitad de los votantes a AMLO porque echa abajo su discurso contra la corrupción. Es mentira. Habrá venganza, no limpieza.

Le probaron a López Obrador que su candidato a ocupar la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú, es miembro del consejo de administración de Idesa, la socia de Odebrecht en México.

Al suelo López Obrador. Está rodeado de intereses económicos turbios a los que enriqueció –José María Riobóo– con millones de pesos producto de licitaciones directas cuando fue jefe de Gobierno del Distrito Federal.

Y en Comunicaciones pone al consejero de la socia mexicana de Odebrecht.

Todo eso está probado y admitido por los involucrados.

¿Entonces? ¿No que las escaleras de la corrupción se barren de arriba hacia abajo?

¿No que iba a ser inflexible con la corrupción hasta de sus familiares? Pero él sí puede darle contratos directos de obra pública a sus amigos y hacerlos millonarios.

Pueden chantajear contra el NAIM para hacerlo en otro lado, y ahí sí ganar el dinero que no pudieron con la obra en Texcoco.

Qué dicen los que se muestran indignados por la corrupción y se quedan callados cuando mancha a su líder y a su círculo íntimo.

¿Esos son los que van a combatir la corrupción?

¿Esos son los que para todos los males del país tienen como remedio atacar la corrupción?

Mentira. No es esa su lucha, sino imponer un modelo económico estatista, con juego a unos cuantos empresarios compadres –mientras le sirvan–, y persecución política y judicial a quienes piensan diferente y se atreven a alzar la voz.

Si fuera verdad que está en contra de la corrupción, no le habría dado todos esos contratos directos a su amigo Riobóo.

No se habría prestado a oponerse al nuevo aeropuerto, por los intereses económicos de su constructor favorito.

Jamás habría anunciado como secretario de Comunicaciones y Transportes a un miembro del consejo de administración de la socia de Odebrecht en México.

Por menos de eso se le habría caído la candidatura presidencial o se habría quedado sin seguidores.

Su proyecto es otro. Es ideológico y de venganza política.

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