Internacional

«KIEV Y LA ESTACION DE LAS FAMILIAS ROTAS». Información del Periódico El País

En medio del dolor y la incertidumbre, los hombres se quedan para defender el país mientras las mujeres y los niños se alejan de la capital ucrania en tren

UCRANIA,04 DE MARZO 2022/

Entre lágrimas y con el rostro desencajado, algunas mujeres no quieren dar el último paso. Lo acaban haciendo empujadas por sus maridos, que las alzan hacia el estribo que abre el paso a la escalerilla del vagón. Saben que van a estar separados por un tiempo indefinido. El dolor preside el momento definitivo de la despedida, acompañada de abrazos, caricias y miradas vidriosas. Algunos hombres levantan el puño al grito de “¡Gloria a Ucrania!”, “¡Venceremos!”, y otras consignas que les sirvan para mantenerse fuertes. Otros se aferran, unos últimos segundos antes de la partida, a sus pequeños, que acaban pasando a manos de las madres y subiendo al tren.

Los besos mantienen fundida a Katia, de 30 años, con su pareja, Nicolai, de 36. Ella, ya a bordo, se inclina desde el vagón. Él, empinándose desde el andén en un intento de no perderla. Aprovechan hasta el último segundo mientras la megafonía anuncia la salida y se cierran las puertas. Katia es una empleada de una compañía tabaquera que ha decidido irse con la hija de ambos, de seis años, a la ciudad de Lviv, a las puertas de la frontera con Polonia, donde esperan instalarse. Nicolai trabaja en una empresa de venta de coches y reconoce que fue a pedir un arma por si había que ir al frente, pero que ya no había. Dice que se alistará como voluntario para ayudar en lo que sea necesario.

La estación de trenes de Kiev es un hervidero desde sus portones de acceso al vestíbulo. Los grandes paneles luminosos indican en color verde que la mayoría de los trayectos siguen funcionando. Este punto neurálgico de las comunicaciones en Ucrania es el cordón umbilical que une la zona en guerra del centro del país con la menos golpeada por el conflicto, en el oeste. La mayoría de los viajeros son mujeres y niños mientras que quienes los despiden son hombres, obligados por la ley marcial a quedarse para servir a la patria. Natalia, de 38 años y vestida con un mono de esquiar, asegura en medio del caos, junto a una de las escaleras de la estación, que nadie paga billete. Acompaña a su amiga Oxsana, también de 38, y a su hija. Acaban de escapar de Irpin, una de las localidades de los alrededores de la capital que más está sufriendo el rigor de los ataques rusos. “Esta semana no hemos salido del refugio porque caían muchas bombas”, afirma. Las acompaña Serguéi, su marido, que desde Lviv regresará a Kiev.

Otro hombre llamado también Nicolai, de 41 años, agita en la mano derecha su pasaporte para decir adiós a su familia, que va hacia Polonia. Ya tiene listas en casa una pistola y un rifle. Reconoce que pasó por el ejército hace dos décadas, pero que carece de experiencia con las armas. “Ni yo, ni ninguno de mis amigos tenemos miedo. Todos nos quedamos aquí”, comenta Valeri, director general de una empresa de automoción, mientras despide a su mujer. Cuenta que tanto la compañía, de 140 trabajadores, como los empleados a título individual, han colaborado aportando fondos a las cuentas abiertas en el Banco Central para ayudar a sufragar los gastos de la guerra. “Mi predicción es que habrá una resistencia fuerte en la capital, pero Putin bombardeará como ha hecho en otras ciudades y tratará de que Kiev firme las condiciones que él quiere imponer. Pero si intentan entrar por tierra, se encontrarán con la carretera del infierno. ¡Ganaremos!”, zanja, mientras asegura que, con la familia saliendo en el tren, se queda algo más relajado en Kiev.

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