Opinión

¿OLGA LA INGENUA?.Le quedó Grande el Puesto

CIUDAD DE MÉXICO,04 NOVIEMBRE 2019/ EL FINANCIERO/

LA FERIA, POR SALVADOR CAMARENA

La secretaria de Gobernación,Olga Sánchez Cordero  llegó Baja California y todo lo desnudó. La ministra en retiro es una señora que le gusta chacotear al respecto de la intentona más grave de burlar la ley electoral en décadas.

En once meses cobrando como secretaria de Gobernación, no le ha caído el veinte de la importancia de que ella se constituyera en factor de gobernabilidad y fortalecimiento de nuestra democracia. Qué grandes le quedaron los zapatos de Reyes Heroles.

El video donde se le ve validando a Jaime Bonilla en sus chicanas, su atrevimiento a concederle a ese gobernador un fallo favorable en los tribunales, y su pueril justificación de que ella dijo eso porque no sabía que estaba siendo grabada, constituyen la declaración de una falta total de conciencia del papel que estaba llamada a cumplir en una administración tan endeble en respetabilidad jurídica.

El video evidenció que no tiene Olga Sánchez Cordero la circunspecta personalidad que demanda el cargo que ostenta, sino sólo a una operadora de AMLO.

Ni modo.

Y no, doña Olga, los ingenuos fueron otros, los ingenuos fueron aquellos que hayan llegado a creer que con usted en Bucareli el régimen tendría un dique cimentado en la cultura de la ley, no una mansa pieza del pragmatismo político más barato, como ahora ha quedado claro por el video bonillesco.

La ruta de Andrés Manuel López Obrador en su tercer intento por lograr la Presidencia de la República innovó a la hora de sumar aliados de toda clase. Aunque en algunos casos suscitó polémicas, esa apertura a integrar perfiles plurales consolidó las posibilidades del triunfo del tabasqueño. Los que llegaban ayudaron a forjar la idea de que el radicalismo del Peje había amainado, y que si AMLO por fin capturaba el poder, esos mismos personajes serían garantes de que no se cometerían locuras.

Por eso López Obrador hizo anuncios con respecto a quienes integrarían su gabinete mucho antes de siquiera ganar las elecciones. Él necesitaba ese arropamiento y lo obtuvo de gente como el expanista Germán Martínez, el académico Carlos Urzúa, el empresario Alfonso Romo y la ministra en retiro Olga Sánchez Cordero, entre muchos otros.

A casi un año de haber asumido el poder en toda forma, López Obrador ha demostrado que –como dicen que él dice– al Presidente “nadie lo tripula”. Es decir, que el mandatario se afana particularmente en que nadie le imponga agendas o límites.

En ese escenario, el estilo presidencial de López Obrador ya ha provocado algunas rupturas en el equipo original. Urzúa y Martínez salieron de Hacienda y del Seguro Social, respectivamente, porque básicamente chocaron con disposiciones que impuso o alentó AMLO en algunos incondicionales.

Martínez y Urzúa, pues, creyeron que el mejor servicio que podían hacer a la nueva administración era reinterpretar los objetivos planteados por el Presidente, a partir de la realidad de los recursos institucionales a su alcance, utilizados con una mínima responsabilidad. Y que si no había más, no se podía más. Punto. Los halcones del gabinete piensan (es un decir) distinto. El desenlace es de todos conocido.

En cambio, otros colaboradores del Presidente tomaron un camino muy distinto al de los dos casos citados. Como Olga Sánchez Cordero.

La señora secretaria (es un decir) de Gobernación llegó al cargo con un halo de respetabilidad. Salió de la Suprema Corte en una época en que esa instancia tuvo algunos fallos alineados con la ampliación de derechos, la corrección de excesos (caso Jacinta) y la apuesta por una defensa a ultranza del debido proceso (caso Florence Cassez).

Eso traía en el equipaje Sánchez Cordero cuando integrose al proyecto de López Obrador. Por si fuera poco, una vez ahí, se afanó en aclarar que, a diferencia de su jefe político, ella era partidaria de lograr pronto y bien la no penalización de las mujeres que abortan. Empeñó su palabra en ello, cosechando vítores ahí donde repetía esa promesa.

Pero ya en el palacio de Bucareli, Sánchez Cordero ni ha avanzado en la agenda que propuso, ni ha brillado por hacerse ver como la voz de la ley de este gobierno.

Su paso por la administración está marcada por la disminución de responsabilidades (ya le quitaron, y ni chistó, Migración) y por un comportamiento que ella quiere achacar a la ingenuidad, pero quizá enmarque más adecuadamente en el cinismo.

Sánchez Cordero es la funcionaria cuyo entenado Ricardo Peralta lo mismo un día se reúne con grupos delincuenciales, que otro día cree que la mejor ocupación sea perseguir ciudadanos que se ganan la vida en el volante de un Uber para proteger a los caciques que controlan los taxis en los aeropuertos y otras terminales de transporte.

De ella se esperaba que teniendo AMLO la tradición (por llamarla de algún modo leve) de no respetar la ley, quién mejor que una exministra para garantizar que las ideas juaristas del Presidente no fueran sólo un eslogan, sino una realidad en la práctica de la administración.

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